jueves, 29 de mayo de 2014

Los Big Seven en el parque nacional Addo Elephant



Uno de los parques nacionales que más me ha sorprendido en los múltiples viajes realizados por el continente africano es Addo Elephant. Seguramente porque es uno de los grandes desconocidos para el público europeo y porque no suele encontrarse en los programas habituales de viaje entre las personas que deciden irse unos días de vacaciones al sur del continente. En cualquier caso me alegro de que así fuera y de que llegara hasta él sin muchas y sólidas referencias.
 
Avestruz y, al fondo, las dunas
Una vez visitado estoy en condiciones de recomendaros una escapada a este espacio natural situado a 1 hora de Port Elizabeth, en el Cabo Oriental.
Addo Elephant ofrece la oportunidad de realizar safaris en los que seguro se observan enormes manadas de herbívoros como alcéfalos rojos, grandes kudus, cebras y, sobre todo, elefantes. De hecho habrá adivinado el lector (con acierto) que el nombre del parque mucho tiene que ver con los paquidermos.




El parque nacional fue creado en 1931 como santuario para proteger a los últimos 16 elefantes de costa que quedaban en esta área de Sudáfrica. Con el paso de los años el parque fue aumentando superficie protegida, incorporando también nuevos hábitats y especies hasta convertirse en el tercero más grande del país (180.000 hectáreas), pasando a ser también marítimo-terrestre (hay una propuesta de ampliación de 120 hectáreas marinas más). Addo Elephant es un área sinuosa pero no montañosa cubierta densamente por bush, vegetación de fynbos y zonas de praderas abiertas. Amén de la parte costera.
 
El Eland de El Cabo es el mayor antílope africano.
Una de las cosas que más me sorprendió fue la variedad de paisajes y aquí hay que hacer una especial mención a la parte litoral pues en su costa alberga el mayor campo de dunas del Hemisferio Sur ¡ahí es nada! un mar ondulado de blanca y fina arena.


Con el paso de los años esa manada inicial de 16 paquidermos se ha convertido en una población de más de 550 elefantes y se pueden ver entre sus habitantes un gran número de aves y de mamíferos. De hecho he de contaros que ningún otro parque nacional en el mundo ofrece la oportunidad de observar a los Big Seven en una sola jornada de safari. En efecto, aquí viven los Cinco Grandes mamíferos terrestres: león, leopardo, elefante, búfalo y rinoceronte y también los Big Two, los dos grandes del mar: la ballena franca austral (junio-noviembre) y el tiburón blanco ¿alguien da más?
Tiburón blanco, uno de los Siete Grandes de Addo Elephant.

La mejor época para visitar el parque es en el verano austral, pues las grandes manadas de elefantes se reúnen en torno a los principales puntos de agua del parque. Y cuando digo grandes manadas hablo de, en ocasiones, cientos. Otro de esos grandes momentos vividos en un safari fue el protagonizado, como no podía ser menos en este lugar, por elefantes. Andaba yo ensimismado fotografiando un enorme macho de gran Kudu cerca de uno de estos waterholes cuando el conductor me avisó de la llegada, en lontananza, de un grupo de elefantes. No era difícil verlos pues la nube de polvo era considerable. Por la polvareda era obvio que el grupo era grande pero a medida que se acercaban pude constatar que era la mayor manada de paquidermos que mis ojos habían visto jamás. Como siempre, las hembras mayores a la cabeza, y de vez en cuando, protegidas por otras hembras y hermanas, se veían pequeños elefantitos caminando en el seno del grupo, bien protegidos. Cuando llegaron al punto de agua en busca del líquido que iban buscando (necesitan beber más de 100 litros al día), pude contar alrededor de 200 elefantes. Inolvidable momento.

Ibis hadeda.

Además del vasto campo de dunas (accesible desde los sectores Colchester y sobre todo Alexandria), contaros que en las islas de la bahía de Algoa se pueden observar la mayor colonia de alcatraz de El Cabo y la segunda mayor colonia de pingüino africano. ¿Sorprendente no? No dejes de visitar Addo Elephant si tienes pensado viajar a Sudáfrica. Está muy bien comunicado desde el aeropuerto de Port Elizabeth. Ah! Y si el bolsillo te lo permite, no dudes en alojarte en alguna de las lujosas tiendas del Gorah Elephant Camp.



Más información sobre el tema en la Guía de Safaris Fotográficos deSudáfrica.

jueves, 22 de mayo de 2014

Wadi Rum, el desierto de Lawrence de Arabia


Hubo un tiempo, hace millones de años, en que todo esto estaba bajo el mar. De hecho, hoy éste no queda lejos pues Aqaba, el puerto jordano a orillas del Mar Rojo se encuentra a apenas 50 kilómetros al suroeste del considerado por muchos como el pedacito de desierto más bello del planeta. Después de varias visitas al Wadi Rum, cada vez estoy más convencido de esta afirmación. Pocos lugares encierran en tan pocos kilómetros (Wadi Rum tiene unos 60 kilómetros de largo y menos de la mitad de ancho) tan bella mezcla de arena y roca. Quizá me recuerde vagamente al Tassili argelino. En Wadi Rum no hay grandes dunas como en otros desiertos pero si una superficie arenosa de la que surgen auténticas montañas. Montañas que faltan en otros desiertos arenosos. En esta mezcla radica el éxito paisajístico local.
 
Caravana de dromedarios en el Cañón de Lawrence.



Wadi Rum, el “valle de la Luna” en arameo, es una lámina de finísima arena de la que emergen moles de granito y sobre todo arenisca que se levantan por encima de los 1.800 metros de altitud. La arena de Wadi Rum es amarilla, rosada, naranja y también roja. Depósitos de arena que el viento acumula contra las paredes rocosas hasta formar dunas de una sola vertiente. Montañas rojas, naranjas, blancas, marrones, amarillas… la paleta cromática se hace si cabe más extensa y todas o casi todas con el extraño aspecto fantasmagórico que les de el parecer gigantescos montones de barro secado a sol y de contornos difuminados. Hermosamente raro.



El Wadi Rum se encuentra habitado desde tiempos prehistóricos y también pasaron por aquí los nabateos, la tribu nómada árabe que unos kilómetros más al norte, a 1 hora y media de Wadi Rum, esculpió la ciudad más bella que ningún desierto haya visto jamás: Petra.

Íbices nubios

De su paso quedan pinturas rupestres, también del paso de caravanas comerciales que procedentes de Arabia y de Egipto atravesaban el Wadi Rum camino precisamente de Petra. Caravanas de camellos y caballos en la ruta de materiales tan preciados como el incienso y la mirra. También especias, oro y un sinfín de materiales hasta que Palmira relevó a Petra como ciudad clave en el comercio por Oriente y con ella Wadi Rum dejó de transitarse. En realidad nunca estuvo muy transitado, como tampoco ahora recibe masificaciones turísticas. Al Wadi Rum vienen los visitantes que desde media jornada hasta varios días se ponen en manos de los beduinos que actualmente viven en el pueblo de Wadi Rum y gestionan las incursiones en su desierto (en 4x4 o en camello). Wadi Rum es Patrimonio de la Humanidad y también un espacio natural protegido (1998) de enorme importancia. Destino de naturalistas, aficionados a la fotografía de paisajes, senderistas y escaladores.


Pero Wadi Rum es conocido sobre todo por la figura de un militar inglés que se unió a la causa árabe para luchar contra los otomanos, una pieza estratégica británica que lideró la Revuelta Árabe de comienzos del siglo XX con el objetivo último (y bien disimulado) de arrebatar el poder a los turcos en esta parte del mundo. Su nombre fue Lawrence de Arabia y consiguió su objetivo. Lawrence escogió el Wadi Rum como su base de operaciones. Aquí estableció su casa y su campo de acción que pasaba, sobre todo, por destruir el ferrocarril de vía estrecha por el que el imperio otomano desplazaba materiales y tropas a su paso por el Wadi Rum. Las vías del ferrocarril, una vieja estación e incluso un tren se pueden observar a la entrada de Wadi Rum.


Agua en el Cañón Khazali.

Buena parte de los parajes que se visitan recuerdan a la figura llevada a la gran pantalla por Peter O’ Toole. Desde el manantial de la Fuente de Lawrence a la casa de Lawrence, el cañón de Lawrence o la cara de Lawrence (esculpida junto a la del jefe árabe en una roca en el lugar donde solía instalar su campamento).

Además de estos populares rincones, no os perdáis los puentes de roca (existen un par de ellos a modo de arcos pétreos), ni el Siq Burrah (el más bello cañón del Wadi). Necesitaréis una excursión de al menos 5 horas en 4x4 pero bien vale la pena. Para el mayor de los arcos de piedra se necesita una excursión de 8 horas. Sea cual sea la duración de la visita los guías beduinos os explicarán cada rincón de su desierto: Khazali (un enstrecho cañón con aljibes naturales de agua), Um Ishrin, Khor Mharraq, Ar Raka, um Fruth, El Qattar, etc. no hay montaña ni rincón que no tenga nombre en este desierto de 720 kilómetros cuadrados (de los que sólo se puede visitar el tercio nororiental).



El núcleo de referencia a partir del cual se organizan las excursiones es el Centro de Visitantes. Su ubicación, frente a la enorme montaña bautizada como “Los Siete Pilares de la Sabiduría” en honor a la novela escrita por Lawrence de Arabia, ya justifica la visita. Aquí empiezan las excursiones por el desierto que, como os comentaba, se pueden prorrogar durante un par de horas o incluso días (no os perdáis la experiencia de dormir bajo un manto infinito de estrellas –muchas de ellas fugaces- en alguno de los campamentos beduinos que ofrecen esta posibilidad).
 
Los Siete Pilares de la Sabiduría
A lo largo de cualquier paseo por este desierto podréis comprobar cómo la flora intenta abrirse paso en duras condiciones climáticas y edáficas. A pesar de todo en Wadi Rum llueve muy de vez en cuando y en algunos lugares existen manantiales. Bajo el desierto se ha encontrado un acuífero de grandes dimensiones que se empezará a explotar a mediados de 2014 y se calcula suministrará agua a los 6 millones de habitantes de Jordania durante al menos 100 años. Mucha falta hace el líquido elemento en el cuarto país más seco del mundo.

A esta flora de hierbas, pequeñas flores, y algunas retamas que alcanzan el porte de arbusto acompañan incluso algunos árboles –como higueras salvajes- en puntos concretos (a la entrada del cañón Khazali por ejemplo). Y tal y como atesoran pinturas rupestres repartidas en paredes y cañones del Wadi Rum, aquí vivían avestruces y algunas fieras. Hoy se pueden ver chacales y alguna hiena, además de íbices del desierto (íbices nubios) encaramados a las rocas. Con suerte regresarán los órix de Arabia que se han reintroducido pero de momento sin éxito, pues parece que se movieron hacia tierras de Arabia Saudí. Águilas de Verroux, halcones, palomas, tórtolas, y un buen número reptiles si se ven con relativa facilidad.
Atravesando el Siq Burrah



No obstante a este desierto jordano no se viene a ver fauna, ni flora; se viene, sobre todo, a dejarse cautivar por la extrema belleza de su paisaje y ahí Wadi Rum puede presumir de ser uno de los más bellos desiertos del mundo. 

martes, 13 de mayo de 2014

El Wadi Araba desde El Monasterio de Petra

 
Wadi Araba desde el mirador.
El Tesoro es la fachada más emblemática y conocida de Petra, pero a mi juicio el verdadero tesoro se encuentra bien protegido por la orografía natural, en la parte alta de la ciudad y escondido en los abismos del Valle Araba. Se trata de El Monasterio, otro de los edificios emblemáticos de la imponente ciudad nabatea. El Monasterio es, de hecho, de mayores dimensiones que El Tesoro y como digo, a la espectacularidad arquitectónica hay que sumar en este caso el acceso y su emplazamiento.

El Monasterio
Un alto en la subida...

Para llegar hasta El Monasterio es preciso recorrer toda la ciudad de Petra hasta el final (Museo Nabateo) y desde el museo realizar una subida por el encajonado wadi ad-Deir. Se puede subir caminando sin problema tras 45 minutos desde el inicio de la escalinata y salvando el desnivel mediante 800 escalones tallados en la piedra.

También se puede subir y bajar en burro (recomiendo bajar a pie) por unos 15 euros (dependiendo de la capacidad negociadora con los guías locales). Un segundo acceso se realiza desde la Pequeña Petra en un sendero de 2 horas y media reservado a caminantes y con algún paso vertiginoso. No intentarlo sin guía local.

Wadi ad-Deir

La subida a pie es fatigosa, especialmente en los meses más calurosos pero con la que considero es una triple recompensa. En primer lugar nos sorprenderá la garganta por la que asciende el sendero (wadi ad-Deir), que poco a poco, va descubriendo rincones de ensueño y caídas de vértigo (no os preocupéis, la senda es segura). En segundo lugar la propia fachada de El Monasterio con 45 metros de alto y 50 metros de ancho, objeto de la excursión y absolutamente espectacular especialmente a partir de mediodía y en la tarde, cuando el sol ilumina directamente esta obra de arte.
Este edificio del siglo III a.C se abre de pronto en un pequeño altiplano que invita a la más absoluta relajación. Frente a la fachada existe un bar con una agradable terraza que permite sentarse frente a él refresco o té en mano y dejarse llevar…

Otra imponente panorámica del Wadi araba desde el mirador final.

Pero si todavía quedan fuerzas, una tercera sorpresa aguarda a 10 minutos de allí. Bien señalizado, el sendero sale detrás del bar y sigue subiendo (muy ligeramente) hasta varios miradores. Encontraréis diferentes carteles y letreros indicando la existencia de varias vistas panorámicas. Os recomiendo la que aparece indicada precariamente como “Sunset View Point”. Se llega como digo en apenas 10 minutos de sencillo caminar y accederéis a la parte alta de un promontorio rocoso literalmente colgado sobre el impresionante Valle Araba. A la derecha se ve la blanca ermita donde yace el hermano de Moisés coronando el monte Aroun. Al fondo, Israel. Aquí si, cuidado a los que tengáis vértigo.
Senda de acceso a El Monasterio de Petra.
Una vez arriba, el sendero desde El Monasterio al mirador es sencillo.



Para regresar, basta con desandar el camino con la mente llena de nuevas emociones y la cámara rebosante de impactantes imágenes.

martes, 6 de mayo de 2014

El Siq de Petra



Petra (Jordania) es un lugar único, diferente y absolutamente mágico. Probablemente hasta aquí nada nuevo. Un lugar sobre el que se ha escrito mucho desde que fuera descubierto a los ojos occidentales por el explorador suizo Burckardt en 1812 y sobre el que se pueden escribir muchos post. De hecho tengo intención de dedicarle al menos un par de ellos. Pero no quiero contaros su historia, su importancia para las caravanas comerciales del desierto o las maravillas arquitectónicas, estilos y formas de construcción de la ciudad nabatea por excelencia. Eso lo dejo a expertos en la materia. Yo me quedo con la obra natural, con su emplazamiento, su ubicación y los paisajes geológicos que Petra ofrece al visitante. Y sobre esto es a lo que quiero dedicar mis post de Petra. Dos son los lugares que me maravillaron especialmente, el Siq y el altiplano del Monasterio, dominando el Wadi Araba.


El primer lugar sobre el que quiero contaros algo por su notoriedad, manifiesta espectacularidad y su popularidad (especialmente desde que saliera en la tercera entrega de Indiana Jones) es el Siq de Petra, el cañón de entrada a la ciudad escondida. Y es que este desfiladero de sinuoso trazado es la llave de la enorme Petra. El Siq es la vía de entrada a la ciudad nabatea. Por aquí llegaban las caravanas y por aquí se entra hoy día a la mágica ciudad excavada en la roca.


La singularidad del Siq de Petra es que se trata de un cañón de origen tectónico, no fluvial. No fue un río el que horadó esta breña en las montañas del Wadi Musa si no una falla tectónica que abrió con la precisión de un bisturí el fino tajo rocoso que constituye la entrada natural de Petra.
Cierto es que aprovechando la presencia cercana de un pequeño río, los nabateos construyeron una presa y canales por los que llevar agua hasta la ciudad a través del Siq, pero el origen geológico del cañón responde a razones tectónicas.



Sus paredes alcanzan los 200 metros de altitud y en algunos tramos su verticalidad es extrema, en los mismos en los que suele presentar su menor anchura, que en algunos lugares es de apenas 2 metros. Esta maravilla natural se prolonga a lo largo de 1,2 kilómetros de longitud, la distancia comprendida entre la antesala del desfiladero –la presa de Bab as-Siq-, donde previamente se pueden ver algunas fachadas esculpidas en la roca, y el final del cañón que se abre de forma repentina frente a la fachada del Tesoro, la más conocida y fotografiada de Petra.


Vale la pena recorrer los 1.200 metros del Siq sin prisas, disfrutando de la atmósfera que se crea en las entrañas del encajonado pasillo. Por la mañana, a primera hora, las luces amarillas y naranjas del sol recién nacido se cuelan por la parte alta confiriendo juegos de sombras y claros que realzan la majestuosidad del enclave. El momento álgido se encuentra al final, cuando también con las primeras luces de la mañana, el sol tiñe de amarillo la sublime  fachada del Tesoro. Es al atardecer cuando lo que era amarillo se torna rosa, de ahí el sobrenombre de la ciudad rosada. En penumbra, la roca destaca su color rosado. Todavía más bella.



Aquí, en El Tesoro, pasaríamos horas o días enteros haciendo fotos, buscando el ángulo perfecto, el encuadre más original; pero no es más que el comienzo de Petra. Todavía aguardan cientos de fachadas y varios kilómetros a pie “puertas adentro”. De hecho, el segundo de mis lugares favoritos se encuentra al final, en la parte alta de la ciudad. Es el Monasterio, al que dedicaré el próximo post.

viernes, 2 de mayo de 2014

Mar Muerto, un baño de sal en el abismo terrestre



A decir verdad, no creo que en mi vida pise el techo del mundo, el Everest (aunque lo sobrevolé), pero si he tenido la fortuna de poner un pie en el lugar más bajo de la Tierra, que no es otro que el Mar Muerto, a 416 metros de profundidad bajo el nivel del mar. Y cualquiera que, como yo, se desplace hasta esta gran lámina de agua salada de algo más de 800 kilómetros cuadrados que comparten Jordania, Israel y Cisjordania, podrá hacerlo también sin ninguna dificultad. El acceso es muy sencillo desde cualquiera de estos tres países, por buenas carreteras y con unas orillas, especialmente las jordanas, con hoteles y servicios de todos los niveles. Todo es comodidad a la hora de hollar el punto más bajo de la Tierra, situado en la parte baja de la profunda depresión tectónica del río Jordán.



La sensación que me transmitió el lugar se define con una palabra: serenidad. Y así, con el alma repleta de paz y tranquilidad, me acerqué hasta la orilla, como mandan los cánones, para proceder a cumplir con la tradición local de darse un baño de agua y otro de lodo. El primero, el baño en el mar muerto es un decir, pues la flotabilidad es única y la experiencia de levitar sobre las aguas es difícil de explicar. La alta salinidad del agua, casi 10 veces más que la del Mar Mediterráneo, impide que los cuerpos se sumerjan. Una composición salina que por cierto es diferente a la del resto de mares y océanos. En el mar muerto el agua tiene una composición relativamente rica en calcio, magnesio, potasio y bromo. Y una recomendación: cuidado no os mojéis los ojos porque escuece de veras.






Estas mismas concentraciones de salinidad han conferido al sustrato unas cualidades únicas, y el barro, fango o lodo marino posee unas propiedades medicinales y estéticas de gran relevancia. Ahí es donde entra en juego la segunda de las tradiciones, la de darse un baño de barro. Lo recomendable es embadurnarse bien por todo el cuerpo y esperar unos 30 minutos antes de adentrarse en el agua marina para lavarse. En la zona abundan todo tipo de cremas, geles, sales, a base de barro del mar muerto y existen una notable actividad comercial en torno a estos productos. Desde hace muchos siglos se extraían yesos, sales, potasas y bromuros, especialmente en la parte sur del mar Muerto.






Os aconsejo recorrer la orilla del lago (en el lado jordano una carretera va junto a la orilla), de unos 80 kilómetros de largo por 16 kilómetros en su punto más ancho, y ver cómo cambia el paisaje. Cómo las aguas transparentes y limpias se tornan verdes o azules de diferentes tonalidades y cómo contrastan las rocas y cantos rodados en la orilla cubiertas de una gruesa capa de sal. Un mar muy salado… y muy fotogénico.