El parque nacional de Kanha es probablemente uno de los más
bellos de India. Sus paisajes están íntimamente relacionados con Kippling y su
célebre obra El Libro de la Selva”, y uno, cuando llega a este parque del Madhya
Pradesh, viene sobre todo en busca del tigre. También del gaur (bisonte indio)
y del barasingha (ciervo de los pantanos). Es el mejor parque para observar a
estos dos últimos animales (el único en el caso del barasingha) y sin duda uno
de los mejores también para ver al gran felino indio, la estrella de los
safaris fotográficos en el subcontinente. Y en esas estábamos, avanzando por la
pista principal a primera hora de la mañana con la esperanza de toparnos a la
salida de alguna curva con la presencia del señor de Kanha, el tigre de Bengala,
que a esas horas del día, gusta de caminar por los caminos y pistas para
retirarse a descansar. Detenemos el vehículo junto a unos chitales, una madre
con un par de crías. Con los jirones de niebla, que todavía se resisten a deshacerse,
estos cérvidos –su presa favorita- pastan alerta, escudados en el camuflaje que
sus motas le proporcionan entre las hierbas circundantes. La más pequeña de las
crías se dispone a cruzar la pista
cuando de repente, de la nada, aparecen dos perros salvajes indios (dholes)
para cazarla en pleno salto. Toda la escena se desarrolla en una milésima de
segundo. Primero uno de los perros sale hacia el trío de chitales obligando a
la cría a hacer un escorzo y esquivarle en dirección contraria a su madre.
Craso error, del otro lado de la pista sale otro dhole, y la atrapa al vuelo mordiéndola
en la garganta con una precisión quirúrgica. Todo en un abrir y cerrar de ojos.
Cubierta la posible retirada por el primero de los perros el pequeño chital fue
directamente a las fauces del segundo, que aguardaba agazapado… Un ataque perfectamente
coordinado, el primero perro, sabedor de que su pareja remataría la faena,
centró su atención en la madre y la otra cría, no sé muy bien si intimidándolas
para evitar una posible defensa materna o, por si la otra cría seguía la misma
dirección que su hermana, dar buena cuenta de ella. Todo, como digo, en una
milésima de segundo, entre una nube de polvo y los primeros rayos de sol que
empezaban a colarse en la espesura del bosque de árboles de sal.
Ambos perros desaparecieron por donde habían llegado pero con
su premio en la boca. Arrancamos el coche para avanzar hasta el lugar de la
escena, que ocurrió cincuenta metros delante nuestro, pero no pude más que
apreciar cómo se escondían entre los arbustos para degustar su desayuno. No sé
si será la primera y última vez que vea un dhole. Es probable.
El perro salvaje indio es uno de los animales más raros de
ver en un safari fotográfico. Probablemente sea el parque nacional Pench, donde
existe una mayor densidad de la especie, donde uno espero toparse con alguno
(con mucha suerte, claro) pero no en Kanha. Al menos uno no cuenta con ello,
pero la naturaleza es grande y en esta ocasión, no exenta de la fortuna de
estar en el momento justo, en el lugar adecuado y mirando hacia el sitio
oportuno, quiso premiarme con esta experiencia llena de adrenalina. Lo cuento
en mi Gran Ruta por los parques nacionales indios en busca del Tigre de
Bengala, y si complejo es observarlo en libertad, no diremos nada si encima es
en plena caza… Un momento mágico, secuencia sin gran calidad fotográfica por lo
fugaz del encuentro, que he querido compartir con todos vosotros.
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