Uno de los momentos más gratificantes en mi viaje a Islandia, y fueron
muchos momentos excitantes, fue sin duda el primer contacto con el hielo. Fue
en la laguna de Fjallsárlón, a la que se accede por un desvío señalizado en la ruta
1, la que recorre el Anillo islandés o Ring Road. Acabábamos de dejar atrás cascadas
imponentes, aguas a punto de ebullición, campos de lava… teníamos ahora una
cita con el hielo. La mente estaba puesta en la laguna Jökulsárlón, tantas
veces vista en fotografías. Como suele ocurrir las instantáneas no desmerecieron
pero se quedaron muy cortas como pude comprobar más tarde.
Antes de llegar a Jökulsárlón, el horizonte helado de Vatnatjökull, el mayor campo de hielo
europeo, hizo que casi por impulso e intuición más que por alguna referencia
cierta, tomara el desvío indicado como Fjallsárlón. Sin saber realmente donde
iba, en cinco minutos me planté ante la laguna repleta de icebergs. Mitad por
lo inesperado del encuentro, mitad por lo imponente del paisaje, las aguas
heladas me cautivaron de inmediato. Apenas había 4-5 personas más. Un paisaje
de ensueño ante nosotros solos. En la laguna un par de personas sorteaban los témpanos
flotantes de hielo con sus kayaks.
Fjallsárlón es el
nombre de una inmensa lengua glaciar que baja directamente de los 2.110 metros del Hvannadalshúkur,
el punto más elevado de Islandia. El muro de hielo termina en la laguna ante la
que me hallaba. El hielo se desgajaba del frente del glaciar y pasaba a formar
parte de la laguna. A un ritmo inapreciable para los ojos todo se movía.
Disfrutando de la soledad del gélido paisaje permanecí un buen rato,
ensimismado. Todo tiempo en aquel lugar parecía escaso, pero me aguardaba la
famosa laguna Jökulsárlón y no quería perdérmelo. Situada a apenas 15 minutos, Jökulsárlón
es mucho más turística. Fantástica pero más turística. Si queréis sentiros
solos frente a la naturaleza más abrumadora, no dudéis en tomar el desvío que
pone Fjallsárlón.
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