Petra (Jordania) es un lugar único, diferente
y absolutamente mágico. Probablemente hasta aquí nada nuevo. Un lugar sobre el
que se ha escrito mucho desde que fuera descubierto a los ojos occidentales por
el explorador suizo Burckardt en 1812 y sobre el que se pueden escribir muchos
post. De hecho tengo intención de dedicarle al menos un par de ellos. Pero no
quiero contaros su historia, su importancia para las caravanas comerciales del
desierto o las maravillas arquitectónicas, estilos y formas de construcción de
la ciudad nabatea por excelencia. Eso lo dejo a expertos en la materia. Yo me
quedo con la obra natural, con su emplazamiento, su ubicación y los paisajes
geológicos que Petra ofrece al visitante. Y sobre esto es a lo que quiero dedicar
mis post de Petra. Dos son los lugares que me maravillaron especialmente, el
Siq y el altiplano del Monasterio, dominando el Wadi Araba.
El primer lugar sobre el que quiero contaros algo por su notoriedad,
manifiesta espectacularidad y su popularidad (especialmente desde que saliera
en la tercera entrega de Indiana Jones) es el Siq de Petra, el cañón de entrada a la ciudad escondida. Y es que
este desfiladero de sinuoso trazado es la llave de la enorme Petra. El Siq es
la vía de entrada a la ciudad nabatea. Por aquí llegaban las caravanas y por
aquí se entra hoy día a la mágica ciudad excavada en la roca.
La singularidad del Siq de Petra es que se trata de un cañón de origen
tectónico, no fluvial. No fue un río el que horadó esta breña en las montañas
del Wadi Musa si no una falla tectónica que abrió con la precisión de un
bisturí el fino tajo rocoso que constituye la entrada natural de Petra.
Cierto es que aprovechando la presencia cercana de un pequeño río, los
nabateos construyeron una presa y canales por los que llevar agua hasta la
ciudad a través del Siq, pero el origen geológico del cañón responde a razones
tectónicas.
Sus paredes alcanzan los 200 metros de altitud y en algunos tramos su
verticalidad es extrema, en los mismos en los que suele presentar su menor
anchura, que en algunos lugares es de apenas 2 metros . Esta maravilla
natural se prolonga a lo largo de 1,2 kilómetros de
longitud, la distancia comprendida entre la antesala del desfiladero –la presa
de Bab as-Siq-, donde previamente se pueden ver algunas fachadas esculpidas en
la roca, y el final del cañón que se abre de forma repentina frente a la
fachada del Tesoro, la más conocida y fotografiada de Petra.
Vale la pena recorrer los 1.200 metros del Siq sin prisas, disfrutando de
la atmósfera que se crea en las entrañas del encajonado pasillo. Por la mañana,
a primera hora, las luces amarillas y naranjas del sol recién nacido se cuelan
por la parte alta confiriendo juegos de sombras y claros que realzan la
majestuosidad del enclave. El momento álgido se encuentra al final, cuando
también con las primeras luces de la mañana, el sol tiñe de amarillo la
sublime fachada del Tesoro. Es al
atardecer cuando lo que era amarillo se torna rosa, de ahí el sobrenombre de la
ciudad rosada. En penumbra, la roca destaca su color rosado. Todavía más bella.
Aquí, en El Tesoro, pasaríamos
horas o días enteros haciendo fotos, buscando el ángulo perfecto, el encuadre
más original; pero no es más que el comienzo de Petra. Todavía aguardan cientos
de fachadas y varios kilómetros a pie “puertas adentro”. De hecho, el segundo
de mis lugares favoritos se encuentra al final, en la parte alta de la ciudad.
Es el Monasterio, al que dedicaré el próximo post.
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