A decir verdad, no creo que en mi vida pise el techo del mundo, el
Everest (aunque lo sobrevolé), pero si he tenido la fortuna de poner un pie en el lugar más bajo de
la Tierra, que no es otro que el Mar Muerto,
a 416 metros
de profundidad bajo el nivel del mar. Y cualquiera que, como yo, se
desplace hasta esta gran lámina de agua salada de algo más de 800 kilómetros
cuadrados que comparten Jordania, Israel y Cisjordania, podrá hacerlo también sin ninguna dificultad. El
acceso es muy sencillo desde cualquiera de estos tres países, por buenas
carreteras y con unas orillas, especialmente las jordanas, con hoteles y
servicios de todos los niveles. Todo es comodidad a la hora de hollar el punto
más bajo de la Tierra, situado en la parte baja de la profunda depresión tectónica
del río Jordán.
La sensación que me transmitió el lugar se define con una palabra:
serenidad. Y así, con el alma repleta de paz y tranquilidad, me acerqué hasta
la orilla, como mandan los cánones, para proceder a cumplir con la tradición
local de darse un baño de agua y otro de lodo. El primero, el baño en el mar
muerto es un decir, pues la flotabilidad es única y la experiencia de levitar
sobre las aguas es difícil de explicar. La alta salinidad del agua, casi 10
veces más que la del Mar Mediterráneo, impide que los cuerpos se sumerjan. Una
composición salina que por cierto es diferente a la del resto de mares y océanos.
En el mar muerto el agua tiene una composición relativamente rica en calcio,
magnesio, potasio y bromo. Y una recomendación: cuidado no os mojéis los ojos
porque escuece de veras.
Estas mismas concentraciones de salinidad han conferido al sustrato
unas cualidades únicas, y el barro, fango o lodo marino posee unas propiedades
medicinales y estéticas de gran relevancia. Ahí es donde entra en juego la
segunda de las tradiciones, la de darse un baño de barro. Lo recomendable es
embadurnarse bien por todo el cuerpo y esperar unos 30 minutos antes de
adentrarse en el agua marina para lavarse. En la zona abundan todo tipo de
cremas, geles, sales, a base de barro del mar muerto y existen una notable
actividad comercial en torno a estos productos. Desde hace muchos siglos se
extraían yesos, sales, potasas y bromuros, especialmente en la parte sur del
mar Muerto.
Os aconsejo recorrer la orilla del lago (en el lado jordano una
carretera va junto a la orilla), de unos 80 kilómetros de
largo por 16 kilómetros
en su punto más ancho, y ver cómo cambia el paisaje. Cómo las aguas transparentes
y limpias se tornan verdes o azules de diferentes tonalidades y cómo contrastan
las rocas y cantos rodados en la orilla cubiertas de una gruesa capa de sal. Un
mar muy salado… y muy fotogénico.
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