A 860 km
de Lisboa emerge la isla de Madeira, un vergel botánico de origen volcánico
caracterizado por su escarpado relieve. Sus montañas, como ocurre con las islas
Canarias occidentales, sirven de barrera natural a la humedad oceánica traída
por el viento alisio, que transforma la humedad en nubes y éstas en lluvia
horizontal, germen de la laurisilva. A este bosque de laureles dedicaré un post
futuro, ahora sólo quiero diferenciar las dos vertientes de Madeira, la norte,
mucho más verde y cubierta de laurisilva, y la sur, con más horas de sol.
Casi el 70% de la superficie de la isla principal del archipiélago:
Madeira, que da nombre a este puñado de islas atlánticas formadas por Madeira, Porto Santo, las islas Desiertas y las islas Salvajes, es parque natural (parque natural de Madeira). Un espacio natural
protegido eminentemente interior pero que toca al mar en dos zonas: los
acantilados al norte de Machico y la península de San Lourenzo por una parte (este
de Madeira) y por otra el tramo de costa entre Sao Vicente y Porto Moniz, al
noroeste de la isla. En este último enclave quiero detenerme hoy. Se trata de
un espectacular tramo de 16
kilómetros de acantilados sumamente verticales,
cubiertos por el verde de la laurisilva y regado por infinidad de cascadas que
se descuelgan por los barrancos costeros, especialmente en la franja entre Sao
Vicente y Seixal. Sólo en este tramo existen una decena de cascadas.
Desde 1950 hasta comienzos de este siglo, durante cincuenta años
estuvo abierta al tráfico una de las carreteras más impresionantes de Europa,
la que recorría esos 16
kilómetros de acantilados, muy estrecha (sólo se podía
circular en sentido Seixal) y siempre bajo el riesgo de desprendimientos. Hoy
está cerrada y sólo es posible recorrerla a pie. En su lugar, el nuevo asfalto
con una serie de modernos túneles perforan estos paredones y ofrecen a ratos
vistas al bravo atlántico y a algunos de los puntos más fotogénicos del
trazado. Este es el caso del mirador de
la cascada del Velo de la Novia, un torrente de agua que cae directamente
al mar. No es la cascada más alta ni más larga pero si la más célebre de esta
aislada parte de la isla, símbolo natural de un tramo de acantilados que, con
carretera o sin ella, sigue estando entre los más espectaculares del mundo.
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