sábado, 5 de marzo de 2011

Livingstone y las cataratas de la Reina

Caminando por Edimburgo, en tierras escocesas, me topo de bruces con una estatua cuya silueta me es familiar. Tentado de probar su condición inanimada me tienta preguntarle: ¿el doctor Livingstone, supongo? Mejor dicho: Dr. David Livingstone I presume! Que es como se dirigió a él el periodista Stanley después de su ardua tarea de búsqueda. Pero eso fue en otro continente, en el mismo en el que todas las mentes, incluida la mía of course, sitúan a David Livingstone.

Claro, ¡cómo no había caído! Sir David Livingstone nació en Blantyre, entre Glasgow y Edimburgo el 19 de marzo de 1813. Mirando después el mapa con detalle veo también la localidad Livingston (está vez sin la “e”) a la misma distancia de Edimburgo que Blantyre de Glasgow, pero puede que eso sea ya cosa de Iker Jiménez…


Efectivamente el célebre médico, misionero y explorador escocés tuvo ligada su persona al continente negro de por vida. También después de muerto (1 mayo 1873), pues sus restos se reparten entre la Abadía de Westminster (Londres), donde yacen los británicos más ilustres, y la tierra africana en la que forjó su leyenda y a la que tanto amó. Allí se enterró su corazón.

Livinsgtone estuvo ocho años explorando África del Sur hasta llegar al río Zambeze en 1851. Allí realizó la primera de sus expediciones africanas, navegar el río hasta el Índico, la que a la postre le llevó a descubrir el 16 noviembre 1855, guiado por las indicaciones de los nativos: la “humareda que ruge” (mosi oa tunya), el mayor salto de agua del continente africano. También del mundo.
Como hijo de la Inglaterra victoriana no dudó en honrar a su reina bautizando su descubrimiento para el mundo occidental como Cataratas Victoria, igual que hiciera Speke -y tantos otros con sus hallazgos- con el enorme lago centroafricano (1855) en cuyas orillas tuvo lugar en noviembre de 1871 el famoso encuentro con Henry Stanley.



Pero como bien imagináis la vida de Livingstone no cabe en un post y a duras penas en un libro. Así que, dejando de lado otras cuestiones viajeras y exploradoras, trataré desde responder a la pregunta ¿qué queda de Livingstone hoy día en sus cataratas?

Las Cataratas Victoria se localizan en el curso del Zambeze a caballo entre dos países: Zimbabwe en la orilla derecha orográfica del río y Zambia en la orilla natural izquierda. Ambas rinden pleitesía a su descubridor y principal imán turístico. En el lado de Zimbabwe, una enorme estatua recibe al visitante que se acerca a observar las cataratas desde el primer mirador, pero es en Zambia en donde el misionero tiene más presencia. De entrada, la ciudad más importante del sur del país y puerta de entrada a las cataratas lleva su nombre. En la ciudad de Livingstone está además su museo. Descubrí por primera vez este museo en 2004. Conocía de su existencia a través de “El Sueño de África”. Fue Javier Reverte quien me puso en la pista de este pequeño pero interesante museo desde su magnífica novela. A falta de un edificio más sobresaliente el museo Livingstone de Livingstone pone mucho amor y dedicación. En sus pequeñas salas y escasas vitrinas guarda pocas pero más que interesantes cosas y artículos personales del explorador y de sus exploraciones. Incluso sus cartas manuscritas… una joya.

Livingstone también tiene su isla en el medio de su amado río Zambeze. En la parte central del río, accesible desde el lado de Zambia, se localiza Devil’s pool (la piscina del Diablo). Se ha convertido en una de las atracciones de las cataratas pues esta piscina natural que se forma junto a la isla Livingstone, permite asomarse a los 108 metros de caída de esta brecha fluvial de casi 1,8 kilómetros de longitud. Convenientemente sujeto por los tobillos (osea, un paisano que te sujeta mientras ríe) uno puede asomarse al abismo como quien mira por encima de una barandilla… pero sin barandilla.



Otras formas más tranquilas de disfrutar las cataratas son desde la red de senderos y miradores existentes en ambos países o desde el vuelo de los Ángeles (vuelos panorámicos en helicóptero, avioneta de época y para los más valientes, en ultraligero). También los donantes de adrenalina pueden liberarla haciendo puenting y bungee jump en el puente de hierro que une ambos países, aunque no creo que de tiempo a disfrutar de ellas durante la caída... Sea cual sea la forma de contemplar las cataratas más caudalosas del mundo, gracias Livingstone por haberlas puesto en el mapa.

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