Cuando uno llega a Zanzíbar, en la costa de Tanzania, lo hace generalmente
atraído por sus playas. Un altísimo porcentaje de visitantes sin mayor
pretensión que un buen hotel y una buena playa –esto último abunda en la isla-
en la que tomar el sol y descansar.
Zanzíbar tiene muchos más
alicientes que los que esbozo en el primer párrafo. Por ejemplo Stone Town, la capital, está
declarada Patrimonio de la
Humanidad por la UNESCO. Tiene un pasado histórico tristemente
vinculado a la esclavitud pero también está vinculado al comercio de especias y
es la cuna del kiswahili, la lengua
que hoy se habla en Kenia y Tanzania. De Zanzíbar partían la mayoría de las
expediciones que los grandes exploradores europeos emprendían en el continente
africano. Mi querido Livingstone entre ellos, claro está. Aquí se formaban, se
aprovisionaban, y de aquí salían las caravanas que se internaban en el hostil
territorio maasai.
Desde el punto de vista
natural, la isla cuenta con un patrimonio interesante protegido en diferentes
parques y reservas marítimas y terrestres en el Archipiélago. Sólo aquí es
posible contemplar por ejemplo los colobos rojos.
No me resistí a coger un
kayak de mar para conocer el arrecife
de coral y practicar snorkeling entre los corales del que está
considerado uno de los arrecifes coralinos mejor conservados del mundo.
Barracudas, sérioles, wahoos, peces arrecifales de todos los tamaños y colores
entre gorgonias y madreporitos espectaculares. Los anillos de coral que rodean
las islas de Pemba y Unguja, son
impresionantes. Es aconsejable contratar una excursión de las muchas que se
ofrecen para bucear, hacer snorkeling, etc. También flysurf… pero eso ya es
otra cosa.
No dudéis en guardaros un día para ir a
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