Una de las ginetas no pierde detalle de los gálagos. |
Durante el día, a lo largo de un safari, la sabana africana se muestra
espectacular y depara momentos fotográficos inolvidables: las grandes manadas
de herbívoros, los felinos dormitando bajo los arbustos refugiados del calor, los
elefantes avanzando en fila hacia el río… pero durante la noche la actividad
animal es, si cabe, mayor. Una parte de la fauna descansa, o al menos trata de
hacerlo, bajo el temor de sentirse presa de otra buena parte de la fauna. Es la
hora bruja para los leopardos, los leones, las hienas, los chacales… también el
momento de actividad para muchos otros animales como la civeta africana o la
gineta.
La semana pasada, de regreso al lodge en Tanzania, dos leopardos que
se cruzaron en la pista con las últimas luces de la tarde (más bien las
primeras sombras de la noche), me avanzaban que la noche prometía en
encuentros. Y así fue. En las inmediaciones del Lodge, mientras otros huéspedes
cenaban, yo disfrutaba de una escena inusual para mis ojos: la relación entre
los gálagos y las ginetas. Los primeros son unos primates nocturnos que se
alimentan de insectos, frutas, etc. y las segundas unas carnívoras nocturnas
que se alimentan, si pueden, de los primeros. El grupo de gálagos estaba
integrado por unos 6-8 ejemplares entre los que se encontraba una cría que
había sido elegida esa noche como plato principal por la gineta. Pasé un buen
rato observando a los gálagos. La cría también se alimentaba de fruta entre las
ramas más bajas. De pronto una gineta, a unos 20 metros comienza su
maniobra de aproximación hacia la cría. Uno de los adultos, al ver a la gineta,
se acercó a ella e incluso la atacó. Ésta salió corriendo y al poco regresó con
refuerzos. Allí estaban los 8 gálagos, que ahora habían cambiado de árbol, emplazados
en la parte superior de la copa –seguramente en el mismo lugar donde al final
de la noche se reúnen para dormir- y abajo sin perder detalle… no una gineta
–con la complicación que su observación siempre depara- sino tres. Una pareja
de adultos y un joven.
Tal era la fijación de ambas especies por vigilarse que no me
impidieron hacer las fotos que ilustran el post de hoy.
Dos gálagos... también vigilantes. |
El final de la historia lamentablemente no os lo puedo contar, así
estuvimos los tres –gálagos, ginetas y yo- un buen rato hasta que el cuerpo,
sin ánimos de progreso por parte de los primeros, me recordó que era demasiado
tarde y que a las cinco debía estar de nuevo en pie para otro nuevo safari…
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