martes, 6 de mayo de 2014

El Siq de Petra



Petra (Jordania) es un lugar único, diferente y absolutamente mágico. Probablemente hasta aquí nada nuevo. Un lugar sobre el que se ha escrito mucho desde que fuera descubierto a los ojos occidentales por el explorador suizo Burckardt en 1812 y sobre el que se pueden escribir muchos post. De hecho tengo intención de dedicarle al menos un par de ellos. Pero no quiero contaros su historia, su importancia para las caravanas comerciales del desierto o las maravillas arquitectónicas, estilos y formas de construcción de la ciudad nabatea por excelencia. Eso lo dejo a expertos en la materia. Yo me quedo con la obra natural, con su emplazamiento, su ubicación y los paisajes geológicos que Petra ofrece al visitante. Y sobre esto es a lo que quiero dedicar mis post de Petra. Dos son los lugares que me maravillaron especialmente, el Siq y el altiplano del Monasterio, dominando el Wadi Araba.


El primer lugar sobre el que quiero contaros algo por su notoriedad, manifiesta espectacularidad y su popularidad (especialmente desde que saliera en la tercera entrega de Indiana Jones) es el Siq de Petra, el cañón de entrada a la ciudad escondida. Y es que este desfiladero de sinuoso trazado es la llave de la enorme Petra. El Siq es la vía de entrada a la ciudad nabatea. Por aquí llegaban las caravanas y por aquí se entra hoy día a la mágica ciudad excavada en la roca.


La singularidad del Siq de Petra es que se trata de un cañón de origen tectónico, no fluvial. No fue un río el que horadó esta breña en las montañas del Wadi Musa si no una falla tectónica que abrió con la precisión de un bisturí el fino tajo rocoso que constituye la entrada natural de Petra.
Cierto es que aprovechando la presencia cercana de un pequeño río, los nabateos construyeron una presa y canales por los que llevar agua hasta la ciudad a través del Siq, pero el origen geológico del cañón responde a razones tectónicas.



Sus paredes alcanzan los 200 metros de altitud y en algunos tramos su verticalidad es extrema, en los mismos en los que suele presentar su menor anchura, que en algunos lugares es de apenas 2 metros. Esta maravilla natural se prolonga a lo largo de 1,2 kilómetros de longitud, la distancia comprendida entre la antesala del desfiladero –la presa de Bab as-Siq-, donde previamente se pueden ver algunas fachadas esculpidas en la roca, y el final del cañón que se abre de forma repentina frente a la fachada del Tesoro, la más conocida y fotografiada de Petra.


Vale la pena recorrer los 1.200 metros del Siq sin prisas, disfrutando de la atmósfera que se crea en las entrañas del encajonado pasillo. Por la mañana, a primera hora, las luces amarillas y naranjas del sol recién nacido se cuelan por la parte alta confiriendo juegos de sombras y claros que realzan la majestuosidad del enclave. El momento álgido se encuentra al final, cuando también con las primeras luces de la mañana, el sol tiñe de amarillo la sublime  fachada del Tesoro. Es al atardecer cuando lo que era amarillo se torna rosa, de ahí el sobrenombre de la ciudad rosada. En penumbra, la roca destaca su color rosado. Todavía más bella.



Aquí, en El Tesoro, pasaríamos horas o días enteros haciendo fotos, buscando el ángulo perfecto, el encuadre más original; pero no es más que el comienzo de Petra. Todavía aguardan cientos de fachadas y varios kilómetros a pie “puertas adentro”. De hecho, el segundo de mis lugares favoritos se encuentra al final, en la parte alta de la ciudad. Es el Monasterio, al que dedicaré el próximo post.

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