viernes, 30 de diciembre de 2011

En el Cabo Norte

Cabo Norte, otro sueño cumplido.

Cuando alguien viaja por un país con la intención de luego mostrarlo o publicarlo, lleva consigo el equipo fotográfico con todo lo necesario y un bolso de viaje en el que ir guardando documentación e información para luego escribir sobre lo vivido. Por supuesto no falta entre el equipo un cuaderno en el que ir tomando anotaciones –ahora tablet o notebook-. Habitualmente, una vez de vuelta a casa, todo este material de apoyo a la experiencia propia sirve para plasmar lo que se quiere transmitir. Algo que intento llevar a cabo desde este blog.
El Cabo Knivskjelodden, verdadero extremo europeo, desde el Cabo Norte

En esta ocasión no tuve que esperar al retorno para comenzar a escribir algunas de estas líneas, hoy recuparadas. Ya que el hotel que me acogió en la pequeña población noruega de Honningsvag, a 33 kilómetros del Cabo Norte, se convirtió por unos días -hace ahora seis años- en mi casa. El retiro forzoso al que me tuvo abocado un temporal ártico de nieve con vientos de hasta 160 km/h., y temperaturas de diez grados bajo cero, unido a la agradable sensación de estar viviendo algo fuera de lo cotidiano y las ganas de contarlo cuanto antes, hizo que el inicio de estas líneas se escribieran desde Honningsvag. Así es Nordkapp (Cabo Norte), impredecible. Magnífico. Latitudes árticas de 71º hacen que la climatología esté por encima de cualquier programa de viaje y eso me agrada y satisface como viajero. Quizá no como turista, pero me considero más viajero que turista. Fueron los días más duros de un invierno, como me contaron los vecinos de Honninsvag, inusualmente suave, y durante el día apenas podía salir a visitar este precioso pueblecito de casas multicolores. La historia más reciente es también la más desoladora en Honningsvag, pues salvo la iglesia, nada queda del pueblo original que sufrió los incendios del ejército alemán en la Guerra Mundial. En la iglesia se refugiaron y vivieron los cincuenta vecinos que tras el devastador panorama fueron construyendo de nuevo la localidad. Este edificio y el museo de la ciudad merecen una pausada visita.

Desde la ventana de mi habitación se disfrutaba una panorámica envidiable del segundo puerto más importante de Noruega. Los mástiles de los recios barcos pesqueros se balanceaban con el vaivén de una mecedora mientras una densa capa de nieve cubría el muelle e invadía las cubiertas. Sorprende que a pesar del gélido decorado el mar no esté congelado. La corriente cálida del Golfo de México hace que a pesar de encontrarnos en latitudes tan septentrionales, el agua no se congele nunca y prolifere una gran industria pesquera en el que es el mar más rico en pesca del mundo. El Cabo Norte es por solo un motivo justificado para elegirlo como destino y eso lo saben bien los 200.000 visitantes que recibe cada verano y que disfrutan del lugar más septentrional de Europa bajo el sol de medianoche. En invierno, cuando la crudeza del ártico se pone de manifiesto, sólo se dejan caer por aquí 5.000 ó 6.000 personas que llegan a Honningsvag bien en el barco diario o bien en coche, pero que saben que aproximadamente el 30% del invierno la carretera al Cabo Norte permanece cerrada por la nieve y sobre todo por el viento, para el bus que cubre el trayecto (única forma posible de acceso invernal por razones de seguridad. En verano el tránsito se abre para coches particulares).
Aquí estoy, en el emblemático monumento del Cabo Norte.


Durante la época estival las formas de llegar al Cabo Norte son básicamente dos: bien en bote desde Honningsvag, Kamoyvaer o Skarsvag hasta el pequeño puerto de Hornvika y desde allí subir caminando los 307 m. de desnivel por la empinada ladera como hicieran los primeros turistas hace más de cien años, o bien en coche por carretera. En invierno, el acceso sólo es posible mediante el citado autobús para avanzar en medio de un desierto de nieve entre suaves ondulaciones y planicies interminables. Un paisaje desolado, agreste y de gran fuerza. No hacen falta altas montañas, ni bosques impenetrables para quedar cautivado desde el primer momento por un paisaje que embruja.

Pronto se llega a un pequeño aparcamiento que es el arranque del sendero de 9 kilómetros (ida) que conduce al Cabo Knivskjelodden, pero en invierno la nieve oculta el trazado de esta solicitada ruta estival.


Un cartel y sobre todo la entrada al Centro Turístico de Cabo Norte, una magnífica obra arquitectónica de 5.000 metros cuadrados, en su mayoría subterráneos, me dan la bienvenida. He llegado. Busco ansioso el borde del acantilado sobre el Océano Glaciar Ártico, donde se encuentra el famoso Globo Terráqueo y... no hay duda: la siguiente masa terrestre es ni más ni menos que el Polo Norte (a unos dos mil kilómetros). Aquel día conseguí la gesta que el italiano Francesco Neri, el primer turista (con mucho de viajero), consiguiera en 1664. A mi izquierda  se encuentra un fino y alargado cabo, el Knivskjelodden, que es en realidad el extremo más septentrional de Europa, emplazado a 71º 11’08”. Tras disfrutar del momento sin prisas, sólo resta hacer un par de cosas: visitar el Centro con calma y cumplir con la tradición. Como mandan los cánones, se debe brindar con champagne y caviar ártico, y debe uno registrarse como nuevo miembro del Royal North Cape Club para entrar así en el selecto grupo de personas que poseen este diploma que certifica el haber puesto los pies en los 71º 10’ 21” del Cabo Norte.

1 comentario:

  1. Es un viaje fantástico a pesar de que el Cabo Norte no sea tal. Pero el poder poner pie en los extremos geográficos del mundo continúa siendo un reto, un sueño, una aventura para los viajeros del siglo XXI... ¡Más todavía si la hazaña culmina con una degustación de caviar!A nosotros nos llamó mucho la atención el Museo Tailandés ;)

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