Era una pequeña asignatura
pendiente entre el glaciar y yo. Había estado ya varias veces frente al
impresionante Perito Moreno, cinco si no recuerdo mal, y por una cosa u otra no
había podido caminar sobre el glaciar dentro del área de hielo destinada al uso
público bajo una actividad regulada llamada minitrekking (o Big Ice en función de su duración).
Casi siempre por falta de tiempo. Una vez a punto estuve de lograrlo pero
amaneció uno de esos días borrascosos de fuerte viento patagónico que lo
imposibilitaron. A pesar de estar apuntado al turno de tarde, el día se
resistió a cambiar y no hubo nada que hacer salvo matar el tiempo en las
librerías de El Calafate. Que no es mala opción
tampoco.
En 2009 iba a ser la mía.
De hecho el glaciar quiso recibirme con un tiempo inmejorable, radicalmente
opuesto con el que me negó pisarle la última vez. Y es que la que manda, manda,
y no los diminutos seres que, como yo, se atreven alguna vez a caminar por una
pequeña esquina de esta inmensa lengua de hielo de 35 kilómetros de largo y 6 de ancho (frente). Lo
había visto unas cuantas veces desde las pasarelas y balcones, que ofrecen una
visión frontal impresionante, casi cenital. Incluso había exclamado el habitual
Ohhhh! de la célebre Curva de
los Suspiros, cuando se tiene el primer contacto visual tras tomar una
curva a la derecha por la carretera que viene de El Calafate. También me había
acercado navegando hasta el frente de hielo de su pared sur para contemplar la
majestuosidad de su altura (entre 50-80 metros ) y darme cuenta, una vez más, que no
somos nada ante su monumental tamaño. Pero esta vez se iba a dejar pisar.
La sencilla excursión
comienza en el embarcadero
Bajo la Sombra (que así se llama),
el mismo en el que se toma el bote para ir al Brazo Sur. Bueno realmente empieza a
disfrutarse en el momento que se pagan los 100 euros que cuesta la actividad y
se comunica el hotel en el que uno se aloja para que pasen a buscarlo al día
siguiente a la hora convenida.
Navegando un cuarto de hora
por el Brazo Rico del Lago Argentino se llega a la base del cerro
Moreno, donde se desembarca. Allí se ubica también el refugio base de la
empresa que realiza la actividad del trekking por el hielo. Es el momento de
bajar entre el bosque de ñires y lengas a una playa de la morrena en la que los
instructores imparten una pequeña charla del parque nacional y el glaciar antes
de dirigirnos a la pared de hielo. Repartidos en pequeños grupos, los
afortunados visitantes (está permitido desde niños de 10 años hasta personas de
60. Prohibido embarazadas y personas con problemas cardiacos), nos dirigimos al
punto donde nos colocamos los imprescindibles crampones.
Aunque parece el Yeti, soy yo a mitad de trekking. |
Tras un primer contacto con
el hielo, comenzamos la suave ascensión por el lateral del glaciar en un
inolvidable paseo que lleva al visitante a contemplar grietas, seracs (hielos
puntiagudos), sumideros y cursos de agua superficiales. A estas alturas uno ya
ni se acuerda de los 100 euros. Incluso le parecen poco.
Aparte del blanco, durante
la excursión se contemplan todas las gamas y tonalidades de azul, precisamente
el único color del espectro lumínico que no absorbe el hielo haciéndolo visible
al ojo humano. La caminata termina con un whisky on the rocks, pero en este caso
las piedras de hielo proceden de glaciar. Reconozco que jamás se me habría
ocurrido tomar un whisky con alfajores pero en este contexto y en esta
situación, hasta tiene su gracia.
En total una hora y media
de aventura glaciar inolvidable. Si rematamos la faena con un asado en la
Estancia La Usina, inmejorable.
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