Aquellos días no sabía a ciencia cierta lo que me iba a encontrar. La
fuerza del monte Sinaí y su subida centró toda mi atención y he de reconocer
que al Cañón Coloreado, de inicio,
no le presté la atención que luego demostró merecer. Después de recorrerlo, os
recomiendo sin duda una visita a esta pequeña brecha en la arenisca del Sinaí.
No queda agua por ningún lado pero aquí la hubo y mucha. Hace millones
de años el mar cubría esta península egipcia y se encargó de modelar un cañón
espectacular. Con la retirada del mar, la lluvia y el viento continuaron el
papel erosivo sobre la roca caliza y dieron como resultado el aspecto actual
del cañón Coloreado.
Es un cañón corto, de unos 700 metros de largo, pero posee un tramo de espectacular
belleza en el que las paredes alcanzan los 40 metros de altura y la
garganta se queda en fisura. Recuerda en cierto modo al Antelope Canyon
estadounidense. La variación cromática oscila entre el morado y el naranja
según la hora del día e incidencia del sol. De ahí su nombre. Un sol que, por
cierto, aprieta de lo lindo hasta situarse sin mayores problemas por encima de 40 ºC , así que igual que la
ascensión al Sinaí se realiza de noche, la visita al cañón debe realizarse a
primera hora de la mañana.
El Cañón Coloreado se encuentra cerca de la localidad de Taba y Nuweiba.
Recorrerlo no lleva mucho tiempo pero os aconsejo paladear el cañón como
merece, buscando sus tonalidades malvas en la arenisca, sus amarillos y
naranjas y por supuesto también los fósiles marinos que incrustados en las
paredes nos recuerdan el pasado submarino de esta fisura multicolor.
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